Fundoro crea un espacio para divulgar la historia del agua en La Orotava
La Fundación Canaria Orotava de Historia de la Ciencia (FUNDORO) ha presentado el nuevo espacio que en su sede dedicará a la historia del agua en el municipio. Por ahora una de sus salas expone, a escala, dos escenarios emblemáticos como son el Molino de las Cuatro Esquinas y el Molino de Josefina. A través de esta maqueta se da la oportunidad de viajar a una época, lejana y cercana al mismo tiempo, que ha modelado la relación del villero con su entorno. El acto de presentación del espació contó con el alcalde Francisco Linares; la concejala delegada de Museos, Delia Escobar y el director de Fundoro, Miguel Ángel Expósito.
Linares valora la creación de este nuevo espacio que muestra, y acerca al ciudadano, la historia viva del pueblo villero, vinculada totalmente al agua y de la ingeniería ligada a la misma. En esta línea, destacó también que este espacio formará parte del museo que se ubicará en la propia sede de Fundoro con otros elementos relevantes de la historia de Canarias y del municipio, y que se suma a la oferta musesítica que oferta la Villa. Por lo que a partir de finales de este año, La Orotava contará con cinco museos. El alcalde también resaltó que el ayuntamiento justamente adquirió este antiguo molino de Josefina, y que se prevé adquirir otros puntos de la histórica red de molinos, para recuperar parte de nuestra cultura y patrimonio, y exponerla como merece para su divulgación y protección.
La concejala Delia Escobar apuntó que es un “lujo” para todos los villeros el poder contar con este tipo . Es un reconocimiento a uno de los símbolos más importantes del patrimonio histórico, arquitectónico, gastronómico… Es un fiel reflejo de la relevancia y protagonismo que ha tenido el agua y la red de molinos a lo largo de la historia, durante 500 años de historia. “Es un acierto el contar con estos espacios que permiten o facilitan el visualizar y divulgar nuestro legado y patrimonio. “La ubicación es ideal, un escaparate perfecto y exquistio para el vecino, y que se suma a la oferta turística local”, apuntó
Miguel Ángel Expósito detalló que en la sala de entrada a la sede, en la que se expone esta significativa maqueta del artesano José Pedro Yáñez García, se sumarán otros elementos relacionados con el papel del agua y cómo influyó en el entramado urbano de La Orotava. Uno de los objetivos de la Fundación es recuperar parte de la historia, y acercarlo de forma atractiva a la ciudadanía. También destacó que en noviembre del presente año se prevé inaugurar el nuevo museo dedicado a los viajeros y expediciones científicas a Canarias.
Historia del agua
La conducción del agua desde manantiales y galerías exigió la utilización de canalizaciones de todo tipo. Se construyeron acequias con piedra forrada de argamasa y también se hizo uso de canales de madera de tea ahuecada que se ensamblaban uno tras otro. Por otra parte, la necesidad de salvar los huecos de los barrancos obligó, en ocasiones, al trazado y edificación de acueductos de pequeño o mediano tamaño que, aún hoy día, pueden contemplarse si se recorren los itinerarios por los que se movía el agua desde la zona de Aguamansa hasta La Orotava. La canalización de tea en la zona urbana discurría en alto y atravesaba, a menudo, habitaciones y patios de algunas viviendas. El agua de los nacientes se utilizaba como fuerza hidráulica para mover, aprovechando la pendiente, un aserradero y trece molinos. Se estableció así el eje que vertebraría la configuración urbana de la Villa.
La construcción de los molinos estuvo ligada a los grandes propietarios de la tierra y del agua tras los repartimientos del adelantado Alonso Fernández de Lugo. Dados en arriendo a miembros de las clases populares, sólo a partir del siglo XIX y, sobre todo, durante el XX la propiedad pasó progresivamente desde las clases altas a los otros sectores sociales. La estructura se dividía en dos cuerpos: el cubo y el salón con dependencias para las labores de la molienda y casa del molinero. En un piso inferior estaba el chaboco.
El cubo tenía generalmente forma de torre escalonada, aunque en algún caso podía ser cilíndrica como en el Molino de las Cuatro Esquinas, y, tanto desde el punto de vista estético como funcional, era el elemento fundamental del conjunto. El agua se precipitaba desde lo alto y en ese proceso transformaba su energía potencial gravitatoria en energía cinética, utilizable para mover la maquinaria del molino. En otro cuerpo anexo al cubo se hallaba el salón. En él se encontraba la maquinaria de los molinos, con su tolva, recipiente en forma de pirámide invertida en la que se introducía el grano previamente tostado que caía en las piedras o muelas, para su trituración o molienda. La caída del grano era regulada por un ingenioso sistema que al imprimir un movimiento rítmico a la canaleta evitaba un vertido continuo. La piedra superior giraba sobre la inferior que permanecía fija. Para que las piedras cumpliesen con su labor correctamente se debía realizar un “picado”, con relativa frecuencia, golpeándolas con la picareta y para ello era necesario mover las piedras sirviéndose del pescante, una grúa elemental que facilitaba dicho trabajo. Las piedras en la molienda eran protegidas por un armazón de madera llamado guardapolvo o tambor. Para evitar las pérdidas de la molienda se realizaba un hueco desde el que caía el gofio a los sacos o a la llamada “caja del gofio”. Las labores de tostado podían llevarse a cabo en cuartos cercanos del mismo molino o bien eran un trabajo aparte realizado por otras personas en tostadores propios.
El chaboco estaba situado en la parte inferior del salón en el que se encontraba el molino y en él se ubicaban las ruedas hidráulicas o rodeznos. La rueda, paralela al suelo, giraba en torno a un eje vertical apoyado mediante una pieza de metal con forma de cruz, la cruceta, en un dado, también metálico y con una oquedad en la que encajaba el filo de la cruceta, que atenuaba el rozamiento. El agua tornaba a la acequia y seguía su rumbo hacia los demás molinos, donde se repetía el mismo proceso. Al final iba dirigida al riego de los diferentes cultivos, según los momentos históricos. En el trayecto por el que discurría el agua extraída de las galerías se ubicaban los lavaderos, casi siempre al aire libre, en un lateral del molino, junto al rebosadero o cerca del chaboco, para aprovechar el agua que salía una vez efectuada la molienda. A estos lavaderos acudían muchas mujeres que se ocupaban de la colada propia o de la de las familias más pudientes que les pagaban por piezas lavadas. Como centro de encuentro jugaban un importante papel social y en ellos, risas, cantos, gritos y chismes aliviaban la dureza de las condiciones de vida.