El barranco que dejó de ser un vertedero. BUA
El BUA se ha convertido en un Centro de Educación Ambiental en pleno barrio de Añaza
Érase una vez un pequeño barranco al que la urbanización de Añaza dejó aislado entre los edificios. Allí comenzó a llenarse de basura, bolsas de plástico, algún electrodoméstico desahuciado de las viviendas cercanas y cachivaches. Hasta que la Parroquia de Añaza impulsó la limpieza del cauce y encontró la colaboración de los residentes en el barrio.
En 2016, aquel barranco olvidado fue presentado por todo lo alto, con nombre y apellidos: Barranco Urbano de Añaza (BUA). Había dejado de ser un basurero para convertirse en un Centro de Educación Ambiental que da cobertura a varios proyectos ambiciosos cuyos objetivos no son otros que generar oportunidades de empleo entre los jóvenes de este barrio de la capital tinerfeña.
María José Ruiz Hidalgo es la coordinadora del proyecto BUA, donde se organizan visitas guiadas para todos aquellos que quieran conocer la flora endémica del cauce, compuesta fundamentalmente por cardones y tabaibas. Es una manera sencilla de disfrutar de una experiencia medioambiental en la ciudad.
Pero, además, los centros escolares pueden recurrir a ellos para que, en los propios colegios, se les dé a los escolares información detallada sobre el medio ambiente, el reciclaje, etcétera, una iniciativa que es muy solicitada durante el año escolar.
Con el BUA -con la colaboración de la Fundación Endesa, Cáritas y el Servicio Canario de Empleo- han aflorado nuevas oportunidades de empleo para los residentes en Añaza, que en estos momentos pueden obtener la formación reglada en Educación Ambiental y en cocina gracias a las instalaciones asociadas al proyecto del barranco y el huerto urbano que se encuentra situado a escasos metros del barranco. Así, después de la visita al cauce, se puede disfrutar de una comida o un desayuno elaborado por los alumnos de cocina.
Educación ambiental. Un ejemplo de la educación ambiental que se genera en torno al BUA ocurrió a principios de verano, cuando voluntarios de la zona se apuntaron a limpiar un margen del barranco, donde había aparecido el temido ‘rabo de gato’. El Área de Medio Ambiente del Cabildo tinerfeño facilitó plantas -cardones y tabaibas- para plantar; el Ayuntamiento de Santa Cruz envió cubas de agua y los alumnos de cocina recompensaron el esfuerzo, después de toda una mañana de trabajo, con la comida que habían preparado para los voluntarios, a los que coordinó José Luis Audicana, coordinador del Huerto Ecológico de Añaza.
Un esfuerzo muy costoso. Algunas de las personas que, durante casi un año participaron en la limpieza del Barranco Urbano de Añaza, resumían así los trabajos: “muchas horas, muchos días y muchos meses de trabajo para poder limpiarlo, acondicionarlo y reponer plantas” en un cauce donde encontraron de todo, desde lavadoras hasta carros de la compra del supermercado.
Pero como hay que dar ejemplo, las instalaciones son sostenibles. El Aula de la Naturaleza, la cafetería y los baños, son viejos contenedores reciclados; las placas solares donadas por el Cabildo de Tenerife e instaladas por el ITER producen suficiente energía para que las instalaciones sean autosuficientes al cien por cien. Y el agua, procedente de la lluvia, se deposita en bidones y abastece a las instalaciones.