Según el crítico de arte Alejandro Krawietz, autor de un trabajo acerca del valor simbólico de esta imagen, son muchas y muy complejas las líneas que la antropología ha reservado para la proyección simbólica del pez. El pez está asociado al origen de las cosas y, a la vez, al comienzo marino de la vida. Sus representaciones tienen un marcado carácter sagrado que ha podido documentarse, desde hace más de cuatro mil años, en diferentes culturas de Asia, Europa y América.
Se le atribuyen rasgos mediadores entre el cielo y la tierra, por un lado, y con el Verbo eterno, por otro. Este aspecto es interesante porque aparece incluso antes de que el cristianismo asuma como propio el símbolo sagrado del pez, emparentándolo con la figura mariana como mediadora entre lo sagrado y lo humano, y, por otra parte, con una representación del conocimiento que en cierto modo sustenta la base de la idea del peregrinaje en tanto que camino de penitencia y también de conocimiento.
Esta imagen del pez, que une las ideas de la mediación y del camino redentor, dialoga de manera muy antigua y muy profunda con la propuesta de Pepe Dámaso de servirse del pez como icono del Camino a Candelaria, ya que éste, en cuanto camino mariano, encuentra en el pez un símbolo de mediación que acerca a la Virgen y actúa como guía en la ascensión hacia la luz.